Kerri Strug, el caso opuesto a Biles en Atlanta 96

La retirada de Simone Biles en el concurso por equipos tras la primera rotación, decidida por ella después de hablarlo con sus entrenadores, y las consecuencias que pudo tener en el desenlace de la competición, en la que los Estados Unidos ganó la plata, contrasta vivamente con lo sucedido hace 25 años en una situación similar protagonizada por la también estadounidense Kerry Strug.

En aquel concurso por equipos disputado en el Dome de Atlanta ante más de treinta mil aficionados locales -eso sí que era presión- Strug compitió con un fuerte vendaje en su tobillo izquierdo, lastimado en la ronda de ejercicios obligatorios, que le protegía casi hasta la rodilla. La gimnasta era uno de los pilares de un equipo que se le termino apodando 'las siete magníficas' y aspiraba a clasificarse para la final del concurso individual.

Strug llegó muy resentida de su lesión a la última rotación, en la que las americanas pasaban por el salto de potro, mientras que Rusia, su directa rival, competía en el suelo. No les fue bien ese aparato a las gimnasta locales. La última en intervenir era Strug. Hizo su primer salto y, al aterrizar en la colchoneta, se resintió de la lesión y salió cojeando, con la cara descompuesta, hasta tal punto que preguntó al seleccionador estadounidense, por aquel entonces el rumano Bela Karoly. "¿Necesitamos que salte otra vez?" "Si Kerry, lo necesitamos para ganar. Puedes hacerlo", le vino a decir Karoly.

Strug hizo de tripas corazón. El tobillo apenas le respondía, la cabeza le pedía no volver a intentarlo, pero el griterío de 'iu-es-ei' la impelía a volver a hacerlo, aunque a esas alturas de la competición Estados Unidos ya tenía el oro en su poder tras un falló de una gimnasta rusa en el suelo. Ella no lo sabía. La americana corrió hacia el potro, hizo su salto, aterrizó como pudo, prácticamente a la pata coja, saludó a las jueces y enseguida cayó al suelo dolorida.

Tuvieron que bajarla en brazos de Karoly y asistida por el doctor Larry Nassar, condenado en 2019 a pena de prisión de por vida por los abusos sexuales a los que sometió durante años a las gimnastas estadounidenses.

Entre lágrimas de dolor y de rabia por no poder seguir disputando los Juegos, con el pie ya inmovilizado, Strug subió al podio en brazos de Karoly y recogió su medalla de oro con sus compañeras. Fue la imagen de aquellos Juegos en los Estados Unidos. La deportista se había sacrificado para dar a su país aquel oro, el primero por equipos en la historia de los Juegos.

En una situación similar, antes de someterse al riesgo de una lesión, Biles, una mujer de 24 años -Strug tenía por entonces 18-, decidió en conciencia que no era lícito seguir en competición. Se lo explicó a sus compañeras, éstas respondieron con un abrazo, y sin su participación ganaron la plata. O perdieron el oro, que es otra lectura lícita de lo que sucedió el martes en Tokio. Pero nadie dentro de la gimnasia se lo ha reprochado a Biles. Sí algunos desalmados, dentro y fuera de su país. Su deporte, la sociedad en su conjunto, ha cambiado mucho desde 1996.

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