Supervivencia al límite

Fue después de que Oblak arengara a Felipe y a Hermoso por la facilidad con la que el Villarreal se plantaba en su portería, en el enésimo córner, que Correa interceptaba un balón de Parejo en el círculo central, levantaba la cabeza y veía. Rulli estaba adelantado. Se frotó la bota derecha y le susurró, antes de golpearla: “Vuela”. Y voló. Rulli iba dando pases hacia atrás mientras miraba arriba y veía esa pelota llegada de tan lejos, 52 metros, se precipitaría sobre él como meteorito de kilómetros de diámetro. Boom. El Atlético se arrancaba el dominio absoluto del Villarreal de la mejor manera. Tumbándolo desde el marcador.

Porque la solución de Emery a las bajas fue perfecta. Gerard Moreno, solo arriba, era un tormento, siempre entre líneas, aquí, allá, por todo el frente de ataque y Alberto Moreno resultaba indescifrable: estiraba Estupiñán por la izquierda mientras él se metía por dentro para jugar con libertad. Moi Gómez y Trigueros escudaban. El Villarreal tenía el fútbol, el dominio y el peligro. El Atleti pareció condenado a defenderse desde que pisó la hierba. Un Atleti sin tino en las salidas, sobre ese 4-4-2 que en la primera parte sólo fue un sistema de líneas rotas, de espaldas rotas. Si la meritocrácia había sido la noticia en su once (Cunha y no João, la pareja Kondogbia-De Paul sentando a Koke), pronto lo fue su incapacidad para jugar un balón. La reacción del Villarreal al Correazo fue de grande: levantarse, sacudirse el polvo y a correr como si nada. No hay partido que no deje cicatrices y sólo de una manera podían reconstruir los guantes de Rulli: empatando rápido.

Lo buscó Gerard Moreno y se topó con el poste primero y después con Oblak, cuando lo intentó de penalti. Lo encontró Parejo al enviar a la red el rechace de ese penalti, precisamente. Pero cuando los futbolistas se dirigieron al centro para volver a jugar, el árbitro se mantenía con un dedo en su oreja. Llamada de VAR: el balón había pegado a Parejo en la mano. Anulado tras pasar por la pantalla. Lo logró de verdad Pau Torres al abrir en la portería de Oblak de nuevo esa herida: balón parado, balón que no logran blocar esos guantes que antes de todo hacían milagros, balón que caza el futbolista del Villarreal para enviarlo al fondo de su red.

El Atleti se abalanzó sobre el descanso como un caminante por el desierto sobre un trago de agua. Lo necesitaba, lo pedía. La pelota le daba calambres. No le duraba. Su fútbol acongojado y baldío. La hierba a los pies de Rulli seguía virgen, sus guantes ya remendados. Koke veía desde el banquillo como Capoué y Parejo le daban una clase de juego a Kondogbia y De Paul.

El reposo no trajo cambios. Koke y João se levantaron de su asiento, sí, pero sólo para calentar en la banda. La única modificación del Cholo fue un paso hacia dentro de Lemar para dejarle toda la banda a Lodi. Arañó un córner. Y ya. Emery rascaba por los costados mientras Simeone se empeñaba en cerrar por dentro una puerta que, a los pies de Oblak, estaba abierta. Sus guardianes eran Felipe y Hermoso y, claro, se sabe, son transparentes. Alberto Moreno culminó la remontada del Villarreal, tras desmarcarse, descargar en Gerard y lleva a la red su fabuloso pase filtrado. Oblak tocó la pelota para nada sólo suspense. A Felipe le faltó ponerle un café y unas pastas a Alberto Moreno mientras se dirigía a portería.

De una tacada, Simeone hizo los tres cambios que su equipo le pedía desde hacía un rato. Vrsaljko, Koke y João. El 4-4-2 demolido, el nuevo sistema, con tres centrales y dos carrileros, le dio una velocidad que no había tenido. El talento le hizo mejor. Cinco minutos después Carrasco ganaba la línea de fondo, encontraba a Correa. Disparó el argentino, repelió Rulli pero no blocóó. Su rechace llegó a Kondogbia que le coló la pelota por debajo del cuerpo. Empate. Y un asedio por minutos del Atleti que se quedó sin más premio. El Villarreal pareció desplomarse, sin piernas, hasta que Pino ingresó para volcarlo, de nuevo, sobre Oblak. Kondogbia veía la segunda amarilla y se iba a la ducha y los dos equipos morían en la orilla, con un punto que a ninguno del todo llena.

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