Te mata, te da la vida

Simeone corre la banda. Afonico, liberado, casi llorando. Tres minutos han pasado de ese descuento que puede hacer trizas aquel, el de Mestalla. El Atleti ya ha empatado el 0-2 en contra, pero Hermoso se lanza sobre ese disparo cruzado de Cunha como si no pudiera tener otro destino que la portería, el 3-2. Lo patea con la izquierda, lo empuja con el alma. 44.999 personas estallan a la vez: cómo duele el Atleti cuando mata pero cuánto llena cuando te da la vida. Indescriptible. Y qué guionista el fútbol. Una redención, que llegaba en el descuento, ante el Valencia y con Mario Hermoso como héroe inesperado.

El Valencia sin Wass, que se quedó en casa, y con un esquema de tres centrales de inicio, se convirtió en un laberinto desde el inicio. Simeone había pedido auplausos y cariño y cariño y aplausos tuvo el equipo, de una afición que siempre está, aunque el cielo venga negro. Y el negro de los últimos tiempos estaba de nuevo sobre la hierba del Metropolitano. Un equipo enredado como un ovillo. Y con El Grito de Munch instalado en la cabeza, todo ansiedad. Enfrente, el Valencia parecía el primo de Zumosol. Tan alto, tan fuerte, tan rápido. Un Goliat gigante movido por Soler y Guillamón. Presionaba y presionaba. Koke, desbordado desde la primera pelota y De Paul se empeñaba, curiosamente, en una particular masterclass: cómo perder balón tras balón. Y sin Savic.

El Valencia buscó desde el principio rascar en la debilidad rojiblanca. Primera llegada al área de Oblak y centro lateral que despejó Giménez como solía, un armario. Simeone respiró, aunque empezó a sobrarle el abrigo con el que compareció casi enseguida. Mucho apuro, el traje de luto otra vez apretando. A pesar de los aplausos y el cariño, la película ante sus ojos no cambiaba: su equipo débil, timorato, incapaz de dando pasos, quizá inconscientes pero ahí estaban, hacia las tierras de Oblak, con el recuerdo, quizá, de los días en los que tanto protegían. Y viviendo tan lejos de la portería contraria, a Suárez se le nota el DNI. Un disparo débil suyo y uno lejano de João fueron sus únicas apariciones en ataque antes de que el Valencia le cayera encima como una guillotina. Otra vez. Ese otra vez que se ha convertido en preocupante rutina.

Y es que no jugaba Felipe pero sí Hermoso, el agujero por el que entraron las balas. Se le ocurrió anticiparse y salir, muy lejos de su posición, a tapar a un Guedes que lo superó como si fuese plastilina. Guedes se la cede a Musah, Musah supera a Vrsaljko y zapatazo. La pelota atravesó la portería de Oblak como una lanza. Cierto es que el portero no podía hacer nada. Tanto como una de esas, en la vida de antes, las paraba.

El partido que desde unos minutos antes ya no se jugaba, bronco, aspero, con amarillas de color naranja (la plancha de Musah sobre el pie de Koke), que un Simeone-Bordalás siempre será una película de tiros y acción y muchos palos en las ruedas de las caravanas. Después lo hizo aún menos, perdidos los rojiblancos en su propia angustia. Como si la camiseta se hubiera convertido en camisa de fuerza. Los músculos entumecidos, la cabeza embotada, incapaces de pensar, de correr con sentido, de jugar. Los cepos en las piernas se los pone su propia cabeza. Duro agrandó la herida antes del descanso, el hombre que, con sus dos goles en aquel descuento en Mestalla, trajo estos tiempos, tan negros. Con la izquierda. En la foto, por cierto, ya lo saben, ¿verdad? Sí. Hermoso.

La noche de Carrasco

Correa entró por Lodi tras el descanso pero el cuadro siguió igual. João le filtró un buen balón a un Suárez que lo estropeó al final. Un minuto después, Simeone quitaba al portugués para meter a Felipe y se oyeron pitos. Simeone agitaba su árbol, a ver qué caía, si agrietaba el muro del Valencia, tan bien plantado. Cunha comparecía como caballo percherón y sólo una cosa en la cabeza: levantar el partido, levantar la cabeza. Siete minutos más tarde sus golpes sobre el escudo al pecho, tras rematar un cóner, se podían escuchar por encima del goool, y eso que el goool se oía alto, tanta angustia, necesidad. El Atleti soltó lastre. Se miró el pecho y se reconoció a sí mismo. Un Atleti del Cholo, todo casta y corazón. Y agarrado a una cintura: la de Carrasco. Bendito, en todas partes. Eran tres centrales, un pivote (Herrera) y todo lo demás lanzas. El Atleti a los pies de Doménech. El Valencia ya, salvo Guedes, sólo se dedicaba a perder tiempo. Carrasco en todas partes, en el aire esa sensación: que llegarían más goles. Ese de la hierba sí era el Atleti del Cholo. El 2-2 fue de Correa y el 3-2 de ese Hermoso que rompía todas sus fotos de antes, las feas, y el maldito cuadro de Munch en las cabezas de todos esos jugadores, sus compañeros, que llovieron sobre él al lado del banderín del córner.

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