Pogacar no deja ni las migajas

La 18ª etapa del Tour 2021, cuarta en los Pirineos y última de gran montaña, trajo tres confirmaciones. Una que ya sabíamos: Tadej Pogacar es insaciable. Otra que ya deducíamos desde el día anterior: Jonas Vingegaard y Richard Carapaz le acompañarán el domingo en el podio de los Campos Elíseos, seguramente por ese mismo orden. Y una tercera que nos entristece: el ciclismo español está en horas bajas.

El 15 de julio, un día después de su Fiesta Nacional, el pelotón francés intentó cantar la Marsellesa, motivado por la presencia en carrera de Emmanuel Macron. El Tour es algo más que un acontecimiento deportivo, es patrimonio del país, también de la humanidad. El presidente de la República eligió una jornada grande de los Pirineos, la etapa del Tourmalet, el puerto más simbólico de la carrera y el más ascendido. Ya van 84 pasos de la Grande Boucle por el coloso. Por allí pasaron este jueves destacados Pierre Latour y David Gaudu. Anteriormente habían jugado también sus cartas Alaphilippe, Elissonde y Rolland… Oh, là, là.

Latour y Gaudu, sobre todo Gaudu, gran escalador, buscaban la gesta en Luz Ardiden, que realmente es una subida más española que francesa. Allí ganó tres veces Lale Cubino, en el Porvenir, en la Vuelta y en el Tour. Y allí tienen también inscritos sus nombres Pedro Delgado, Miguel Indurain, Roberto Laiseka y Samuel Sánchez. Eran otros tiempos: los 80, los 90, la primera década del Siglo XXI. Los españoles siempre han ganado en el Tour, siempre han sido protagonistas en los Pirineos, territorio compartido. También en los 60 y en los 70, en aquella época del Kas de Antón Barrutia o de Antonio Gómez del Moral, primer campeón del Porvenir, fallecidos ambos esta misma semana. Ciclistas de raza. Este jueves también hubo españoles que también buscaron la suerte: los olímpicos Ion Izagirre y Omar Fraile. Tampoco llegaron. Desde que este último alzó los brazos en Mende en 2018, ninguno ha vuelto a hacerlo en la Grande Boucle. La sequía se alarga.

Ni españoles, ni franceses. El triunfo se iba a jugar entre los capos. Y ahí, ya saben quién manda: Tadej Pogacar. Un campeón voraz. El Ineos puso primero a sus peones para calentar el ritmo en la última subida: Richard Carapaz quería la etapa y el podio. Sobre todo después de saber que uno de los rivales para el cajón de París, Rigoberto Urán, penaba desde las rampas míticas del Tourmalet. El colombiano se ha bajado de la general. El Jumbo también asomó en punta: Jonas Vingegaard tenía los mismos intereses que el ecuatoriano. Pero Pogacar lo quiere todo. Sin concesiones. Ese fue el mensaje que envió a sus rivales cuando puso a Rafal Majka en cabeza. El esloveno iba a volver a atacar, como el día anterior en el Portet. Le ha cogido el gusto a ganar de amarillo.

Pogacar arrancó camino de su tercera victoria en este Tour, segunda consecutiva, que también es la sexta en dos participaciones, en la corta carrera de este caníbal de 22 años. Igual que el miércoles, sólo Carapaz y Vingegaard resistieron el empellón. Pero hubo un invitado más: Enric Mas. El balear, que siempre crece en la última semana de las grandes, quiso aprovecharse de la lucha por el podio y arrancó en busca de la cima de Luz Ardiden, animado por la historia. El triunfo español todavía era posible. Pero Pogacar no dio su permiso. Hoy tampoco. Hay campeones generosos, Indurain fue el más ejemplo, y otros glotones, Eddy Merckx representa mejor que nadie ese modelo. El esloveno pertenece a esta segunda estirpe. Está en su derecho. No sólo ganó la etapa, también se enfundó el maillot de la Montaña, que añadió al blanco de mejor Joven y al amarillo de monarca absoluto. Lo dicho: no deja ni las migajas.

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